jueves, 2 de febrero de 2012

Sordo


Como el destino de aquella mosca
pende de mi voluntad tu araña.

Dos ronchas permanentes son
entre el pubis y la panza.

Comienza el veneno a deambular
por los circuitos de la noche impoluta.

Como el destino de aquella mosca
pende una certeza de tus pechos.

Las picaduras jalan estas piernas
desde la puerta enrejada.

Dios mediante los soles siguen la creciente.
Interceden en la aparición de anotaciones, que llevan días extraviadas.

Negra arenilla de barro con la lluvia eterna
los ríos se hacen en la calle, el barro, el pie, del cerro.

Dos cascos transparentes,
por la ignorancia generalizada,  por sus vacíos de hambre.

Pende de la necesidad, esta deuda
tu carga con culpa. 

Huesos de potencia


                                                                                                               A mi primo


La virginidad tonta simula
pero no cabe duda de que los ángeles
se convocan frente a cada improperio de futuro,
a conocidos precios del aprendizaje.

Una mano se moja bajo un derrame de agua
y revolotean los poros respirados.
Diamantina se revuelve esta luz no violenta
para opacar aún más la sombra del esqueleto.

No pudo disimularla, llamaron.
Recordemos la oreja y los agujeritos de plástico para escuchar por teléfono,
esta noticia: un voluntarioso se ha ido al maso de Camus.

La virginidad se torna simulación
los ángeles vuelven obsoleto el intento de asimilación,
congelados frente al hielo que vendrá.
No arriesgan.

Una mano reposa y decanta en el hombro,
como apariciones ensambladas bajo huesos de piedra preciosa 

y espinillas en las palmas de la sombra.

Metal


Esas gotas tan seguidas descienden como cables
atraviesan el foco de la nocturnidad
vuelen nube el porvenir de Satán
Que descansa con sus siete antojos

Las rejas del alojamiento no me permiten
alcanzar la gloria de la incertidumbre.


Arado

Soplo de viento en la peste
de cabellos que se liberan.

Soplo de álamos en la llanura
de las relaciones diurnas y sexuales.

Movimiento perpetuo en el túnel
que dibujaron sobre mi muñeca.

Temblor intransigente en las luces
que tardan en posicionar las pizcas de liebre.

Soplo de noche en la tranquera
del paso nivel al infierno.

Soplo de arrayanes en la costa
transparente hacia los fuegos.

Alguna quietud no muy evidente
ha dado vida a la abulia.

Pero

Si alguien hubiese identificado el arado
cortando las nubes

ninguno de nosotros
dormiría hoy aquí. 

De redacciones


Recrudece cada esfera
en mis zócalos atolondrados
de porteros eléctricos, plantas artificiales
y palieres de todas partes.

Este ascensor ve cada media hora
presentes a rolete y ruidos
de Avenida Corrientes
que no llegan hasta allá arriba, donde se erige la bandera del Congreso por la ventana.

Bajo a la calle dos veces por día,
una a las 1230, la otra 1630.
Durante la primera, simplemente, me apoyo
en un poste de luz frente al obelisco
bajo el sol pegajoso fumo un cigarro,
dos, mujeres pasan.

Pero el problema está en la segunda salida.
Sumergido en la galería que vive
al lado de la revista paso
al menos diez gloriosos minutos.

Hay locales abandonados tablones
de madera reposan al final del pasillo.
La rodeo aunque sea un cuadrado
no muy grande ningún negocio
vende otra cosa que no sean superhéroes miniaturas o discos de metal.

Es el momento de la rutina en el que duermo
despierto frente a las vidrieras,
es el peor momento del día.
Quiero ser un juguete, Superman, Rata Blanca,
acomodador del teatro, quiero ser autos,

los diarieros, dormir adentro del puesto, cogerme a una dominicana
entre revistas, o en los zapatos
de aquel vagamundo.
Deseo ser uno de los gringos turistas, sus bolsillos

verdes como el mutante radiactivo que 
desde la vitrina junto a Batman no quita
sus ojos de mi frente porque sabe
que quiero ser él. Que lo último que busco
es encerrarme cinco horas más en la redacción
del séptimo piso.

Recrudece
porque olvido palabras que tiempo atrás
caían sobre el teclado sin miedo ni vértigo,
sólo furia, devenida plástico.

Todos en este lugar pedimos que la lluvia empiece a caer ahora


Salinas disfrutaba de la simpleza proyectada en todos los aspectos de la vida. Lo conocí en una cantina periférica de aquel bonito e innombrable paraje de frontera. Tomaba cerveza, rápido. En veinte minutos liquidó tres. En la última mesa del lugar, al fondo, a la izquierda, donde se pueda ver todo el local. Bajo un foco en constante movimiento, escribía. Horas más tarde pude leer la poesía. “No sé cómo puedo hacer para perderte, de una vez por todas, cuando recién intento conquistarte: terciopelo instantáneo y arena mártir”, decía. El muchacho era joven, no superaba los 25 años pero aparentaba casi 30. Escribía para un semanario de poca tirada, que tenía la sala de redacción montada en un garage. Las horas transcurrían lentas entre mate y mate, explicó. Las crónicas se redactaban por Internet y pocas veces había que salir. Para cubrir algún acto político y, propio del busca siete suelas, correr a presionar por pauta. La radio suena en un escritorio sin vida. Sin luz, sin respiración agitada. Los parlantes en alto volumen sacuden la tierra acumulada hace mil casettes:“Sirva otra vuelta, pulpero, a ver/Para mis pares del asentamiento/Que están cargando con el peso hoy/ante la ley por indocumentados/En predios ganados al Estado donde la milicada/siempre viene a darnos palos”. 

Diarios viejos acompañan el sonido, no hay lugar para ninguna historia más en esa cabeza. Esa misma noche salía a la calle el número 500 del semanario. Con un poster del Che Guevara y una copla de la autoría del propietario del pasquín. Propietario que no volvería hasta entrada la noche. Eran las cinco de la tarde, sacó el arma del cajón, también perteneciente al único jefe y dueño del diario. Sabía donde estaban las balas. Las tomó, cargó el fierro. Con la pc prendida y el texto abierto, tecleó:

 “Sucederá, la partida será temprana y todos dirán que todos ya sabían. En ese momento les pido los brotes sean de ira entre humo, mucho humo.  Abracen a los que nunca se fueron y renázcanme en sus músculos. Pero, de verdad, gustaba de mi estadía. Los vientos se van a pronunciaren una pendiente digna solo de héroes y no nuestra, camaleones. Eso no importa, ha tocado y el simple organigrama del azar amerita el más complejo respeto. Abracen los días tristes y explosivos con la voluntad del afortunado y con la ligereza del estafador. Pero, de verdad, gustaba de mi estadía”. 

Salta, febrero 2012

Péndulo


El péndulo de los segundos en mi escritorio hacía
Que él creyese la historia esa acerca de las personas
Negadas al llanto.

Pensar que era simplemente un péndulo, un segundo,
algún dolor de pantorrilla que se iría mientras tanto.

Las puertas sonaban a golpe,
Despertaron el duelo. Algo había pasado.

El péndulo del reloj se detuvo justo encima de la biblioteca,
Hizo que escuchara el cuento irreal
Acerca de una persona que nunca ha reído.

Pensar que es simplemente un pájaro en el comedor o un borracho de salto en salto por los durmientes de la vías. Simplemente, algún recuerdo que no se extinga con lágrimas.

Sustos



Aristocracia bendita te saludo,
estrecho tus dedos esqueléticos y lánguidos.
Intento machucarlos
sin que notes mi rencor
Intento avisar que he llegado.

Moriré si así fuese necesario
para destruir todos los infiernos
que dentro de tus mansiones viven.

Ha comenzado el dolor de garganta, el sudor y
el desgaste permanente que se anticipó
como una simple
paranoia.

Ha perpetrado la naturaleza su crimen
mío.
Lastimosamente, eso no asusta
la mente ida intenta avisar
que llegó
sin rencor, a morir. 

Y en esa cruzada
se llevará tus uñas y tu esqueleto. 

miércoles, 1 de febrero de 2012

Vueltas


No existen dudas.
Al abandonar esta forma

de percibir la vida
me abandonarás también.

Espero en el deseo
como un cayo
desarmándose

En piel
los peces
cual rocas.

Desde el fondo,
un lago,
espero

Estos idiomas no hablan
tus golpes
que conozco.

Como una piel
se rajan,
ilógicos y

nada transcurre
mientras él se ahoga.

Soles


A los que me han acusado alguna vez de huir

les digo que eso sería imposible.

No reconozco jamás un punto de partida o de llegada,

nunca pude ni podré hacerlo.

Al menos, no más allá de las inolvidables personas que constituyen este presente,

el mejor de mi corta vida.

Debo a mi infancia la grata capacidad de estudiar cada hecho aislado,

inconscientemente, hasta la profundidad del martirio.

Hasta perder de vista que cualquier cosa sucedió, inclusive, segundos antes. 

¿Podría una persona así escapar?

¿Puede huir un ser humano que jamás ha estado aquí?


                                                                                                       Salta, enero 2011.